Una serie de cambios han erosionado la vida tradicional de las comunidades indígenas y por ende, el universo de sus textiles: por ejemplo, la migración a los centros urbanos y a otros países; la disponibilidad de mejores vías y medios de transporte, que facilitaron el comercio entre las comunidades; el terremoto de 1976 y el conflicto armado (1960-1996), dos eventos que marcaron nuestra historia; recientemente, también la globalización que llegó hasta los pueblos que permanecían aislados.
El factor económico también ha jugado un papel importante en esta época de incesantes cambios. El costo de los huipiles distintivos ha incrementado notablemente, lo que obliga a muchas mujeres a adquirir blusas carentes de rasgos específicos de un determinado lugar, como ocurre con las blusas bordadas a máquina con motivos florales, llamadas por los antropólogos, prendas “generalizadas”.
Otro cambio significativo, ocurrido antes en unos lugares que en otros, fue que se difundió la moda de vestirse con huipiles procedentes de otros poblados, según el gusto personal. Para algunas mujeres, esta moda es símbolo de un mayor poder adquisitivo; para otras, profesionales o intelectuales, por ejemplo, es una manera de representar la hermandad, la solidaridad y el orgullo étnico. Esto es parte de la modalidad del traje que los antropólogos identifican como “pan-maya”.
Así, una mayor intromisión del mundo moderno rompió la fuerte conexión que existía entre las portadoras del traje y sus poblados. Transformó los códigos del traje específico de muchos municipios y aldeas. Se quebrantaron las normas que dictaban el uso de los huipiles tradicionales. En todo caso, aunque se conserven rasgos distintivos, ha aumentado la influencia de un poblado en otro, como la imitación de diseños, colores y materiales.
Estos cambios en el huipil y en el traje van de la mano con las transformaciones que se han dado en el seno de la cultura Maya, que incluyen nuevas formas de construir la identidad a nivel grupal, más allá de las fronteras locales y regionales.